“Drácula
de Bram Stoker” (Francis Ford Coppola, 1992)
La carrera de Francis Ford Coppola había caído en picado tras las
debacles económicas que supusieron “Corazonada”
(1982) o “Cotton Club” (1984); así
que tras cerrar la saga de ‘El Padrino’ con relativo éxito, Coppola necesitaba
algo grande para ponerse otra vez arriba. “Drácula
de Bram Stoker” se convirtió en el mayor taquillazo de la carrera de este
Coppola venido a menos (y que de hecho a penas ha vuelto a levantar cabeza, si
no contamos los tres experimentos fílmicos que ha rodado desde 2007: “El hombre sin edad”, “Tetro” y “Twixt”). El 'Drácula' por excelencia de mi generación (mis padres
tienen a Christopher Lee, mi abuelo a Bela Lugosi y yo a Gary Oldman) es un
emocionante, exuberante y oscuro ejercicio de estilo, visualmente impresionante
en su revisitación postmoderna del gótico (inolvidables los recargados trajes
de Eiko Ishioka y la intensa banda sonora de Wojciech Kilar), y una de las más
acertadas y carismáticas mezclas de romanticismo y terror del cine moderno.
El film comienza contándonos la historia de Vlad Dracula (Gary Oldman),
un miembro de la Orden
del Dragón que, en el siglo XV, al volver de la guerra contra los turcos,
descubre que su amada se ha suicidado porque creía que el había muerto. En
1897, Jonathan Harker (Keanu Reeves) es un joven abogado que viaja a
Transilvania, en sustitución de R.M. Renfield (Tom Waits), el cual se ha vuelto
loco, para reunirse con el Conde Drácula, que firme unos papeles en relación a
su traslado a Londres. Drácula, que es un vampiro, descubre que la prometida de
Harker, Mina (Winona Ryder), es idéntica a la mujer que perdió hace ya 400 años
y decide conquistarla. En Londres, cuando el conde comienza a dejar un rastro
de víctimas, Van Helsing (Anthony Hopkins), un excéntrico profesor de medicina,
comienza a seguirle la pista.
Con un reparto excepcional (con secundarios de la talla de Richard E.
Grant, Cary Elwes, Sadie Frost o Monica Bellucci), la cuidada producción del
propio Coppola, una tenebrosa fotografía de Michael Ballhaus, una atmósfera de
erotismo animal que no dejaba indiferente a nadie, buenos efectos especiales y
de maquillaje, unos toques de gore, la promesa de ser la más fiel adaptación de
la novela y con la canción 'Love song for a vampire' de Annie Lennox sonando en
todas las emisoras, "Drácula de
Bram Stoker" se convirtió en un icono de los 90 que terminó por
fagocitar a uno de los grandes directores del cine moderno.
- Para románticos
amantes del cine de terror clásico revisitado.
- No pierdan el
tiempo los que solo gustan de los vampiros tipo “Blade” o “Underworld”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario